Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1884-1885 (Cortes de 1884 a 1886)
Sesión: 9 de julio de 1885
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Discurso sobre la política general del Ministerio
Número y páginas del Diario de Sesiones: 193, 5791-5797
Tema: Interpelación sobre la política general del Ministerio

No era yo partidario, Sres. Diputados, de este debate; primero, porque cuanto por medio de él pudiéramos denunciar al país, por desgracia el país lo sabe sobradamente, víctima como es de los desaciertos y tropelerías del Gobierno; desaciertos y tropelerías que habían de ser, naturalmente, tema obligado de todos nuestros discursos; y segundo, porque en mi opinión, nada podíamos ganar, puesto que el Gobierno nada tiene ya que perder. (Risas). El Ministerio, digan lo que quieran sus amigos de la mayoría, está muerto, y está muerto no sólo en el concepto público, sino en concepto del mismo partido conservador, y hasta en el concepto de los mismos Ministros, que ya no pueden resistirse los unos a los otros, después de haber vivido tanto tiempo en la más santa de las disidencias. (Bien, en las minorías). Pero aun cuando yo creyera que el Gobierno no estaba muerto; aunque yo creyese que un debate parlamentario pudiera matarle, yo no hubiese sido partidario de éste, porque desaparecer un Ministerio por efecto de un debate parlamentario es tan extraño y tan raro en este país, es una honra tan grande, que me parecen funerales demasiado pomposos para quien ha tenido vida tan desgraciada. (Aprobación en las minorías).

El debate ha venido, y no podía menos de venir después de las provocaciones que tuvo a bien dirigirme el Sr. Presidente del Consejo, y dirigir a todas las minorías, tomando sin duda por temor de discutir, la prudencia de callar; el debate ha venido, y he sido en él objeto de varias alusiones que tengo necesidad de contestar, aunque con la sobriedad que de consuno me impone el estado en que se encuentra el debate, la hora avanzada de la sesión, y sobre todo, los elocuentísimos discursos de los oradores que me han precedido en el uso de la palabra. Tal vez me aconsejaría el egoísmo callar, y obedeciese su dictado, si no me impusieran consideraciones más altas el deber de decir en este momento algunas palabras, sin el propósito de hacer extenso el discurso que pueda servir de comparación, ni mucho menos, con los que pronunciaron los oradores que han terciado en este debate, que son hoy el orgullo de la Cámara y serán mañana la gloria de la tribuna española.

No voy, pues, a molestaros mucho; voy sencillamente a recoger y contestar las principales alusiones que se me han dirigido, sin pretensión ninguna oratoria, sin atavío retórico, pero de una manera completamente clara, para que todos me entiendan. Y antes de hacerlo deseo dirigir algunas palabras cariñosas a mi distinguido amigo el Sr. Castelar, como reparación de una falta que noté en la contestación que anteayer le dio el Sr. Ministro de Fomento, quien, como siempre que habla, para Ministro del Vaticano (y eso que hace tiempo que por los desengaños allí sufridos le han pedido la dimisión) más que Ministro español, y por esto tal vez se extendió mucho en defender a la Iglesia, que no atacó para nada el Sr. Castelar, y se olvidó de algo de que no deben olvidarse jamás los Ministros de la Corona en España.

Yo aplaudí, y aplaudí con entusiasmo, el viaje del Rey a Aranjuez; y lo aplaudí, no sólo por el viaje en sí mismo, sino porque he creído que era necesario ese acto u otro semejante de parte del Rey, porque la precipitada declaración del cólera en Madrid, las manifestaciones de los periódicos ministeriales que siguieron a esa declaración, las palabras inconvenientes del Sr. Ministro de Estado recordando la conducta del Jefe de otra Nación ante una epidemia, y sobre todo, la insistencia de este Gobierno de perpetuarse en el poder contra el sentimiento público, todo eso daba gran margen a la malicia para que fraguara interpretaciones injustas y ofensivas a la sinceridad de ciertos elevados propósitos; y el Rey hizo bien en demostrar lo contrario de lo que las suspicacias pudieran colegir de la conducta egoísta e interesada, que no quiero calificarla de otro modo, del Gobierno respecto de este particular. (Bien).

Por lo demás, tengo que decirle a mi querido amigo el Sr. Castelar, que el carácter que bajo el punto de vista constitucional quiere darse al viaje del Rey, a su acto meritorio, no tiene ninguna importancia, ni aquí ni en ninguna otra parte, pero aquí menos que en parte ninguna. Aquí, Sres. Diputados, donde todos los días se infringen las leyes, donde no hay consideración para las cosas, ni para las personas, ni para las corporaciones; aquí donde la mayor frescura y con cínico alarde se comete todo género de extralimitaciones y de atropellos, es escrúpulo de monja poner reparos a un acto caritativo, independiente en un todo de los principios constitucionales, que no se hicieron seguramente para salvar a los pueblos de estas grandes y horrorosas calamidades; a un acto que no revelando más que una sana y puedo decir también que santa intención, no merece más que el aplauso que ha obtenido de la opinión pública; que cuando todas las voluntades se unen para elogiar, aplaudir un acto, es que el acto es bueno, es que el acto sale de la esfera estrecha de los partidos y entra en otra esfera más grande, en el campo infinito de la virtud, del honor, del bien de la humanidad, que está por encima de las pasiones de los partidos. (Bien, bien).

El Monarca italiano quiso ir a Nápoles y el Gobierno de aquel país se opuso a que fuera, y sin embargo, el Monarca italiano fue, y el Sr. Castelar ha tenido palabras de aplauso para aquel acto del Soberano de Italia. Pues el Monarca español ha ido a Aranjuez contra la voluntad del Gobierno, impulsado por un sentimiento igual al que impulsó al Rey de Italia; y sin cometer una gran injusticia no se puede atribuir al Monarca español otro sentimiento diferente del que animó al Rey Humberto. Con la misma vara con que se mide el acto personal del Rey Humberto debe medirse el acto personal del Rey Alfonso. (Aprobación).

No hay, pues, razón para sacar las cosas de quicio, y el Sr. Castelar no necesitaba apelar a este medio para mantener íntegra su actitud y para combatir al Gobierno con la brillantez con que lo hizo en su magnífica y nunca bastante aplaudida peroración.

Pero se me olvidaba mi propósito, y casi me [5791] arrepiento de haber tratado esta cuestión; mas ya que lo he hecho, yo le suplico encarecidamente al Gobierno que no se haga cargo de ella, que no hable más del viaje del Rey; porque cuanto más trate de este asunto, más lo echará a perder. De tal manera habló el Gobierno del viaje del Rey a Murcia, que fue necesario que hiciera el viaje a Aranjuez; y de tal suerte viene hablando del viaje a Aranjuez, que va a ser preciso que vaya el Rey a Valencia y a Murcia. Y todo, ¿por qué? porque el Gobierno se ha empeñado en quedar bien en esta cuestión, aunque quede como quiera el Rey, y eso no puede ser. No había necesidad de rebajar la importancia del viaje del Rey, para que quedara bien el Gobierno; porque en último resultado, si el Gobierno quedara mal, que quedase; esa es la obligación del Gobierno, con tal que el Rey quedara en su lugar. (Aprobación).

¿Qué era más sencillo? Haber dicho la verdad: el Rey ha ido a Aranjuez a pesar del Gobierno; pero como esa ida es un acto meritorio, noble, levantado y hasta santo, porque no hay nada más santo en la tierra que exponer su vida para salvar la de los demás; puesto que ha salido bien, aunque yo no le hubiera dejado ir por temor de que saliera mal, el Gobierno lo aplaude y lo acepta. Esto es lo que debía haber hecho el Gobierno, y no disminuir la importancia del acto, sólo para quedar bien.

Terminemos, pues, así, y no hable más, por Dios, el Gobierno del viaje del Rey, porque será para mal de todos si habla.

Y entro en la parte más política de las alusiones que se me han dirigido.

El partido liberal está constituido sobre la base de una patriótica transacción que puede encerar gran variedad de matices, pero dentro de dos principios esenciales y fijos: la democracia como ideal hacia el que se encamina; la Monarquía como realidad de la cual, como base, se parte. (Rumores en la mayoría). No comprendo esos rumores, cuando he dicho que la base sobre la cual se asienta todo es la Monarquía, que es la realidad, la única base; porque si ésta desaparece, naturalmente se destruye todo lo que sobre ella se edifica. Esto no necesitaba explicación alguna; pero por lo visto, con el gran calor que hace, estáis tardos de inteligencia. (Risas en las minorías).

Partiendo de esta patriótica transacción, el partido liberal puede comprender y debe comprender desde el elemento liberal histórico hasta el elemento democrático de más pura tradición; y si los liberales con su historia, con sus compromisos, con sus temperamentos de gobierno, tienen la misión de conquistar y de fortalecer la libertad, los demócratas con sus compromisos, con sus exigencias de la ciencia, con sus deberes de escuela, tienen la misión de propagar y extender sus resultados y beneficios; deduciéndose de aquí que la democracia viene a ser un auxiliar poderosísimo y un complemento saludable de la libertad. Por esto hace mucho tiempo que yo dije, y ahora es ocasión de repetirlo, que todos los que miran adelante caben juntos; unos prontos a moderar la marcha que otros quisieran más precipitada, y todos a dar solidez a su obra, aunando sus esfuerzos y sometiendo sus diferencias al común sentir del gran partido liberal. (Muy bien, en las minorías).

La fórmula que ha puesto el sello a la concentración de estas importantes fuerzas políticas; la fórmula que viene a ser el símbolo del gran partido liberal, está por otra parte dentro de la realidad de las circunstancias y de los tiempos, no pareciendo bastante liberal y bastante democrática a los partidos extremos de un lado, y siendo en cambio radical, revolucionaria y casi republicana para los partidos reaccionarios, lo cual prueba que constituyendo una obra esencialmente liberal, se aparta tanto de los extravíos imposibles de la izquierda, como de la intransigencia peligrosa de la derecha. (Rumores).

Me advierten aquí que en la palabra izquierda podía estar comprendida alguna fracción que lleva este nombre; y debo decir que eso ha estado muy lejos de mi ánimo, porque mi pensamiento ha sido muy contrario, todo lo contrario; que yo acepto con mucho gusto el ofrecimiento que el Sr. López Domínguez en el día de ayer hizo al partido liberal, concediéndole en nombre de la izquierda extrema de este partido su benevolencia para cuando llegue al poder; benevolencia que a mí no me extraña, antes por el contrario, la considero muy natural, por las razones que acabo de exponer y por la manera que se ha formado el partido liberal; lo que no obsta para que yo la acepte con agradecimiento y para que con agrado se la devuelva para todos los casos, y con más razón para aquellos en que le sea necesaria.

El país, pues, y la Monarquía disponen de un gran partido liberal, vigoroso, fuerte, con carácter democrático; de un gran partido liberal que quiere una legalidad amplia y protectora, pero una sola para todos los partidos; que quiere y que ha de procurar la paz que nace del consentimiento, en vez de la paz que resulta de la comprensión; que quiere, o por lo menos que prefiere el fruto de la propaganda pacífica y legítima a las trepidaciones y a las convulsiones que resultan de otra clase de propagandas, y que por encima de todo esto quiere una Corona que vierta sus resplandores sobre el concierto tranquilo de todos los poderes y de todas las realidades. (Aprobación).

Pues bien; un partido que viene en estas condiciones, con esta buena voluntad y con estos nobles propósitos, y que hace todo esto sin restringir en lo más mínimo la esfera de los Regios atributos, es combatido sistemáticamente por el Gobierno conservador; y nuestro programa, formulado en los mayores miramientos a la autoridad indiscutible, es combatido también por una oposición sistemática, y es recibido con estas palabras: "lo que hagáis vosotros en nombre de la libertad, lo desharemos nosotros en nombre del orden".

Señores, ¡qué error y qué ceguedad! ¡Ah! yo no he sido nunca demócrata, pero yo no quiero cerrar mis ojos a la luz para no ver el influjo, el predominio que la democracia ejerce hoy en España y en todas partes, hasta en esa misma Inglaterra, la Nación más aristocrática del mundo; yo no he sido jamás demócrata, pero no puedo menos de reconocer y de confesar que en el carácter democrático de los partidos liberales de Europa encuentran las Monarquías constitucionales su más firme apoyo y su más eficaz garantía. Cuando yo creía, Sres. Diputados, que a esta obra de agrupar elementos de progreso alrededor de la Monarquía habían de contribuir con gusto hasta con afán todos los monárquicos, me encuentro con el Sr. Cánovas del Castillo, Presidente del Consejo de Ministros, el hombre que desde la restauración acá ha disfrutado por más tiempo de la confianza de la Corona, viene a ayudar a los republicanos con esa extraña afirmación [5792] de que la democracia es incompatible con la Monarquía. (Sensación).

¡La democracia incompatible con la Monarquía! ¡Y todavía hay algunos que van más allá y dicen que la democracia es incompatible con la libertad! Y así se quiere arrojar del campo en que los principios de progreso pueden tener mejor asiento y mayor defensa, del campo de la Monarquía, a todos aquellos que a esos principios han consagrado toda su vida, sin considerar que limitando de ese modo las bases donde se asientan las Monarquías constitucionales, es como se las aísla; sin considerar que proclamando incompatibilidades que no existen, es como se lleva derechamente aquellas a que se muevan en un círculo pequeño, a que se separen de la vida nacional, a que se aparten de esas corrientes que confunden a los Reyes con los pueblos y que hacen una sola causa de la Nación, del Trono y de la libertad. (Muy bien).

La obra del partido liberal ha sido y sigue siendo de atracción, y cuando está haciendo todas las transacciones que son compatibles con su dignidad y con su historia, y cuando realiza todos los sacrificios imaginables, todos los sacrificios posibles para quitar partidarios a la República, los que se llaman monárquicos por excelencia vienen a ser los auxiliares más poderosos de los enemigos de la Monarquía. (Aprobación).

A las Cortes del partido liberal llegaron valiosos elementos democráticos que entonces rendían culto a la forma republicana, y de aquellas Cortes salieron monárquicos; allí se oyeron sus primeras declaraciones a favor de la Monarquía de D. Alfonso XII, entonces muy aplaudidas por vosotros que hoy lo estáis olvidando; ni uno solo de aquellos demócratas, excepción hecha de los republicanos históricos, pudo resistir, y con razón, impulsados por su patriotismo, las corrientes de expansión de aquella política de concordia, de aquella política de ancha base por el partido liberal establecida.

¿Qué propone, pues, el Sr. Presidente del Consejo de Ministros con destruir esa obra de los liberales? ¿Que se esterilicen los grandes esfuerzos de un partido que en obsequio a la Monarquía ha llegado a todas las transacciones posibles? ¿Qué teméis? ¿Que con eso los republicanos estarán más dentro del concierto de los partidos gobernantes? ¿Que con eso los republicanos llegarán a tener mayor influjo en las esferas del poder? Pues mejor que mejor; porque así todos los partidos vivirán la vida de la legalidad y se habrá concluido esa especie de guerra civil en que hasta aquí han vivido, en detrimento de las instituciones y en daño de la Patria.

Señores, abiertas las puertas de los comicios, expedido el camino de la prensa, de la tribuna, de la plaza pública para todas las voluntades y todos los pensamientos, será más aborrecible el abuso y será más odiada y más imposible la violencia. (Muy bien).

Pero además, Sres. Diputados, Sr. Presidente del Consejo de Ministros, ¿por qué ha de ser incompatible la Monarquía constitucional española con la democracia, siendo compatibles como son con la democracia todas las Monarquías constitucionales de Europa, cuando la Monarquía española, aún antes de ser constitucional, tuvo siempre dejos democráticos que no tuvieron jamás las Monarquías de otros países? ¡Ah! No; eso no es cierto, eso no es exacto: enhorabuena que los republicanos hagan esa declaración, siquiera sea contraria a las enseñanzas de la historia y a la realidad de los hechos, porque al fin y al cabo están en su derecho para el triunfo de su propaganda, valiéndose de todos los medios que les conduzcan a aquel fin; pero nada menos que de labios del Sr. Presidente del Consejo de Ministros, esa especie de confirmación, esa especie de testimonio de esta declaración de los republicanos, ¡ah! no se comprende; porque es la manera de ayudar a la República y de combatir a la Monarquía. Ni la Monarquía española ni ningún poder de la tierra puede ya hoy sustraerse a las corrientes democráticas que surgen de todas partes, de la Universidad, del Ateneo, de la Academia, de la prensa, de la tribuna, de la plaza pública, y en vez de contrariarlas hay que encauzarlas y dirigirlas, porque son fuerzas nuevas que vienen a la vida pública, fuerzas nuevas que vienen con el vigor de la juventud, con la impremeditación de la inexperiencia, y que pueden, si son abandonadas o contrariadas, desbordarse e inundarlo todo, mientras que dirigidas y agrupadas sobre las fuerzas antiguas, pueden fecundizar aquello mismo que de otro modo amenazan destruir.

¿Pero cómo se encauza y cómo se dirige el sufragio universal? ¿Cómo el Sr. Sagasta que tan rudamente ha combatido el sufragio universal, ahora lo acepta? Esto dice el Gobierno, y ésta es la cuestión batallona, la cuestión que ha escogido el Gobierno para asustar a todos. Es verdad que yo combatí en sufragio universal, tal y como la democracia española lo formuló en la ley de 1870; es verdad que yo combatí el sufragio del número con las palabras que aquí con buena intención recordó y leyó el otro día el Sr. Ministro de Gracia y Justicia; pero también es verdad que ni la democracia española, ni la democracia de ninguna parte, ni ningún autor de derecho político, ni nadie, dice ni reconoce que la ley de 1870 sea la única, sea la exclusiva expresión del sufragio universal. Por el contrario, los autores del derecho público más reputados y más liberales, y sobre todo, la práctica de otros países verdaderamente democráticos, nos enseñan que el sufragio universal tiene otra porción de manifestaciones legales, que destruyendo o haciendo desaparecer los peligros de que yo hablaba en mi discurso, y a los que el Sr. Ministro hacía referencia, pueden por mí ser aceptadas sin inconsecuencia ni contradicción. Y en la buena fe, en la buena voluntad y en el patriotismo con que demócratas y liberales nos hemos unido para construir un organismo liberal que a la vez que garantía eficaz de la libertad pueda ser sostén inquebrantable del Trono, ni demócratas ni liberales hemos de escatimar en nuestras patrióticas transacciones aquello que crean los unos necesario para la libertad, y consideren los otros indispensable para el gobierno; y acepto por nosotros el principio del sufragio universal, no ha de reparar lo demócratas en dar satisfacción a los más patrióticos temores, ni siquiera en atender a las más honradas reflexiones, para venir en definitiva, en esto como en todo, a un común acuerdo.

¡Pero qué digo, venir en esto a un común acuerdo, si ya hemos venido hace mucho tiempo, antes de que el partido liberal se formara! ¿No recuerdan los Sres. Diputados y no recuerda el Gobierno que cuando presentó su proyecto de ley electoral, en estos lados se formuló una enmienda acerca del sufragio universal, que aceptamos todos, los liberales, los demócratas [5793] y los individuos entonces de la izquierda? Pues ahí tiene el Gobierno, ahí tienen los señores de la mayoría una fórmula concreta en punto al sufragio universal de este gran partido liberal, que no siendo exactamente igual al del año 1870, conserva y desenvuelve los ideales democráticos con la extensión con que se conservan y se ha realizado en otros países y en otras Monarquías. (Muy bien).

Que para esto ha habido que hacer transacción. ¡Pues ya lo creo! Pero las transacciones son garantía de la fijeza y de la estabilidad del común acuerdo. Que ha habido transacciones. ¡Pues ya lo creo! ¿Cuándo ha visto el Gobierno que individuos que tienen convicciones honradas, pero distintas, se unan en provecho de una idea inferior a sus diversas apreciaciones, sin que los unos y los otros transijan para llegar a un común acuerdo? ¿De qué manera se pretendía que los demócratas vinieran a la Monarquía? ¿Se pretendía, por ventura, que vinieran a la Monarquía los demócratas dejando en el camino todos sus compromisos y volviendo la espalda a todos sus ideales? ¡Ah! Entonces, dígase claro. Lo que queréis no es que entren en la Monarquía, no es que vengan a la Monarquía para darle vigor, para darle nueva savia, y con la nueva savia, lozanía; lo que queréis es que vengan apóstatas a chupar el jugo de la Monarquía para enflaquecerla y destruirla. (Bien, bien, en la minoría).

Sí; ha habido transacciones, y no podía menos de haberlas; pero estas transacciones no contradicen las opiniones de mis distinguidos amigos los Sres. Martos y Moret, ni se oponen a las mías. No contradicen las opiniones de mis distinguidos amigos las que yo he sustentado, porque precisamente el día en que yo pronuncié aquel discurso a que se ha referido el señor Ministro de Gracia y Justicia, en contestación pronunciaba el Sr. Martos otro, del que quedará memoria eterna, y en ese discurso decía, como él sólo sabe hacerlo: "Yo quiero el sufragio universal, pero el sufragio universal que signifique ponderación, equilibrio, armonía, no la fuerza brutal del número", afirmaciones que no contradicen las mías, porque he dicho siempre que tendía hacia la universalización del sufragio, y que únicamente me detenía ante la fuerza brutal del número. Y vea el Gobierno, vean los señores Diputados, cómo aun antes de ponernos de acuerdo estábamos ya conformes en ideas respecto de este punto de mi distinguido amigo el Sr. Martos y yo.

Pero en realidad, lo que hay es, que el partido conservador, en el delirio que tiene de quedarse solo en el campo de la Monarquía para explotarla como señor y dueño absoluto, pasa su vida buscando incompatibilidades entre los demás partidos, y ahora está muy satisfecho porque cree haber encontrado una en eso que yo llamaré, porque él lo llama así, el bu del sufragio universal.

Pero de todas maneras, ¿de dónde le ha venido ahora el miedo al sufragio universal a ese Gobierno, al Sr. Presidente del Consejo de Ministros y aun al mismo Sr. Ministro de Estado? Ahora que mediante compensaciones y ponderaciones y otros medios de gobierno puede el partido liberal aceptar el sufragio universal; ahora que eso sucede, el sufragio universal es incompatible con la Monarquía, incompatible con la propiedad, y por lo tanto, incompatible con la sociedad; ahora que es principio del partido liberal, y que por su organización, por la ponderación que se le busca, debe considerarse como elemento de gobierno, ahora que esto sucede, dice este Ministerio que es un principio peligroso; y cuando con todo lo posible estaba consignado en la ley de 1870, entonces no ofrecía ninguno de esos males, y al contrario, era apreciado por el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, por el señor Ministro de Estado y por todo ese Gobierno, como compatible con la Monarquía, y como obra digna de aplauso su resurrección a la vida política.

¿Por qué, si el Presidente del Consejo de Ministros tenía esa convicción respecto del sufragio universal, no la proclamó honradamente cuando era ocasión de proclamarla? (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Aquí está; ya lo verá su señoría. -Risas).

No sólo no la proclamó S.S., sino que acarició esa tendencia y la dejó crecer, y después de haber acariciado y de haber dejado crecer esa tendencia deletérea, viene ahora, con objeto de combatir otro resorte de gobierno del partido liberal, a decir que es incompatible con la Monarquía y que es incompatible con la propiedad. (Aprobación en las minorías. -El Sr. Presidente del Consejo de Ministros lee el Diario de las Sesiones).

Busque S.S. todo lo que quiera, que no ha de encontrar más que aquiescencias suyas para el sufragio universal, cuando en su día creyó S.S. que el sufragio universal podía hacer daño al partido liberal. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Buscaba lo de S.S., que lo mío lo tengo bien buscado. -Risas). Pues yo he ahorrado a S.S. ese trabajo, porque ya le he dicho yo lo que he hecho, y lo he confesado ingenua y francamente, como S.S. no suele hacer las cosas, que las aplaude cuando cree que le conviene, y las censura cuando cree que también le conviene. (Muy bien, muy bien).

Después el partido conservador, no porque éste no sepa bien, y lo mismo el Gobierno, lo que hay respecto del sufragio universal y del movimiento que en Europa y en América se ha establecido acerca de la organización científica de aquel, sino porque le conviene, no mira ese sufragio universal más que bajo aquel punto de vista que a él le parece más provechoso.

El error del partido conservador, o la intención maligna del partido conservador, consiste en que cree que el partido liberal confunde, confundiéndolo sólo él, la soberanía nacional con el sufragio universal, estimando también el partido conservador que los liberales entienden que es aquél fuente de derecho. Pero no hay nada de esto; el partido liberal no considera de ese modo el sufragio universal, porque lo ha estimado más como función o como procedimiento que como derecho individual, aunque carácter de derecho tenga siempre, y ha dicho, además, que su importancia y sus resultados dependen de la manera como este procedimiento se halle organizado.

Pues bien; confundiendo el partido conservador la soberanía con el sufragio universal, resulta que hace depender de ese sufragio el derecho, porque considera el sufragio universal como fuente de derecho; y nos atribuye a nosotros ese error, y no es así, cuando lo rechazamos hasta el punto de afirmar que, aun en esfera más alta, el procedimiento que se adopta para [5794] el ejercicio de la soberanía nacional no tiene que ver nada con la soberanía misma.

Así es, señores, que con el sufragio restringido o con el censo se unieron los antiguos Reinos de Italia y se constituyó la gran nacionalidad italiana; con el sufragio restringido o con el censo se verificaron las grandes transformaciones de Alemania; y aun en la misma Inglaterra, con el sufragio restringido o con el censo, se han realizado las más importantes variaciones y transformaciones de su constitución y de las relaciones de la Cámara de los Comunes con la Cámara de los Lores. De manera que el resultado del sufragio depende de la manera como éste se realiza, hasta el punto de que en los Estados Unidos el sufragio es de un grado para el Congreso, de dos grados para el Senado y de varios para el Presidente. El escrutinio por la lista modifica también los resultados del sufragio universal, y por eso lo proclamó con tanto afán Mr. Gambetta, y por eso, en último resultado, lo ha admitido también la República francesa.

Es más, Sres. Diputados, el sufragio universal varía en sus efectos, porque ya en todas partes se trata de combinar y asegurar el voto y participación de las minorías, y el voto de las minorías se combina y asegura con la restricción o por la acumulación de los votos, lo cual varía y altera por completo la teoría del número. El sufragio universal tampoco se emplea en ningún país para la elección de las dos Cámaras, ni en España pretende el partido liberal emplearlo para la formación de la alta Cámara, o sea del Senado. De manera que el error que el partido conservador nos quiere atribuir es palmario: nosotros no pretendemos hacer del sufragio universal, en la forma escueta que se nos quiere atribuir, en la forma del sufragio del número, que ya rechazan la ciencia y la práctica en todas partes, ni en esa extensión; no queremos, digo, hacer del sufragio universal fuente de derecho, ni atribuirle la creación del Poder legislativo, puesto que el Senado en España se forma o se formará por otro procedimiento enteramente distinto, y porque el Poder legislativo lo constituyen en España, como en todo país constitucional, el Congreso, el Senado y el Rey.

De manera, señores, que el Gobierno tiene que buscar otra razón para establecer la incompatibilidad del partido liberal con la Monarquía y con la propiedad.

Otra contradicción ha creído el Gobierno encontrar en mi conducta al hablar de la coalición; y esta conducta consiste en que si yo combatí la coalición de 1872, no se comprende cómo he aplaudido, y no sólo aplaudido, sino que haya iniciado y realizado la coalición última.

Yo condené entonces y condeno ahora aquella coalición, y puedo aplaudir y aplaudo la última, sin que haya por eso contradicción de ninguna clase; porque nada tiene que ver aquella coalición con ésta, que por su origen, por sus propósitos, por su tendencia y por sus fines, es completamente distinta a aquella.

La coalición de 1872 era una coalición ofensiva, era esencialmente política, y de tal naturaleza, que su triunfo hubiera puesto en peligro las instituciones vigentes; y de esto resultó que aquella coalición afortunadamente, por injustificada, no encontró apoyo en la opinión y fue vencida.

La de ahora, por el contrario, ha sido una coalición de defensa contra el peligroso propósito del Gobierno de destituir todos los Ayuntamientos y todas las Diputaciones provinciales del país; ha sido una coalición de protesta contra los atropellos a las Corporaciones de elección popular, y ha sido una coalición hecha con el propósito nobilísimo de procurar a todo trance la sinceridad electoral, levantando el sentimiento público y dando aliento al cuerpo electoral, que estaba desdichadamente postrado a fuerza de amaños y tropelerías. (Muy bien, en las minorías).

Sí; aquella coalición, por injustificada, no mereció el apoyo de la opinión pública, mientras que la otra ha salido vencedora. Yo condené y condeno ahora la coalición de 1872 por inconveniente y peligrosa, y he aplaudido y aplaudo la de este año por justificada y conveniente; y la aplaudo tanto, que declaro que si cien veces me encontrara en el mismo caso, cien veces haría lo mismo. Es necesario que los Gobiernos sepan de una vez para siempre, que no pueden impunemente atropellar los derechos más sagrados de los ciudadanos, ni las leyes sobre que descansan los organismos políticos y sociales, en cuyo respeto y en cuyo mantenimiento están por igual interesados todos los partidos y todos los hombres, cualesquiera que sean sus opiniones y los ideales políticos a que rindan culto. (Bravo, en las minorías).

Aunque no fuera más que por el resultado que han ofrecido las últimas elecciones, debíamos habernos dado por muy satisfechos los que a la coalición contribuimos, sobre todo al ver el espectáculo que ofrecía Madrid en los días de la elección, al ver cómo amigos y adversarios iban a depositar sus votos, saliendo los unos de su apatía, los otros de su retraimiento, y todos de su pesimismo. Debemos, pues, congratularnos, porque esto nos hace esperar días mejores y nos da la esperanza de que llegue aquel en el que en España, como en los países libres y civilizados, se cierren para siempre los senderos tortuosos de la violencia y se abran los anchurosos y fructíferos caminos de la paz. Si con eso por de pronto sacamos del retraimiento a ciertos partidos, con ello procuramos un gran bien a las instituciones, a la libertad y a la paz pública; bien que no debe negar el Gobierno, porque no puede negarlo nadie más que el que esté ciego: cada voto que se gana para las urnas, es un fusil que se pierde para la revolución. (Aplausos en las minorías).

La coalición tuvo además otro resultado, que fue el de demostrar de una manera evidente dónde estaba, con quién estaba y qué quería la opinión pública; lo cual es siempre muy conveniente para que todo el mundo proceda con verdadero conocimiento de causa y no pueda llamarse nadie a engaño.

El hecho es el siguiente. A consecuencia de la conducta del Gobierno con las Corporaciones de elección popular, para preparar la renovación de los Ayuntamientos a su gusto, no a gusto de los vecinos, como si los vecinos nada tuvieran que ver con sus administradores, se inició la coalición electoral. ¿Cuál fue la conducta del Gobierno ante ese intento? Pues vais a oírlo.

Dijo el Gobierno: "¿La coalición? ¡Imposible! No hay cuidado". Y aseguró en todas partes donde podía asegurarlo, que la coalición no se realizaría. ¡Primer error y primer desengaño del Gobierno! La coalición se realizó. Realizada la coalición, aseguró el Gobierno en todas partes que la coalición se rompería, porque [5795] al hablar de candidatos cada uno de los coaligados se iría por su lado. Y en efecto, se hicieron las candidaturas, y la coalición quedó cada vez más fuerte. ¡Segundo error, segundo desengaño del Gobierno!

Pero después vino otro error, otro desengaño del Gobierno, todavía más importante que los anteriores. Dijo: "Ya han hecho la coalición; pero los coaligados no van a las elecciones; han hecho la coalición porque quieren un pretexto para no ir a las urnas y encubrir su derrota; la víspera de las elecciones darán un manifiesto diciendo que los atropellos del Gobierno les impiden luchar".

Al oír al Gobierno asegurar que los esfuerzos de la coalición no tendrían éxito alguno; al considerar cómo el Gobierno, tratándose de unas elecciones municipales, acudía a las urnas electorales alentando a sus amigos a la lucha, la coalición dio carácter político a sus actos, aceptó el reto que el Gobierno le lanzaba, aceptó el carácter político que a aquel hecho daba el Gobierno, y buscó los candidatos de significación política más marcada para ir a la lucha, colocándola en el mismo terreno en que el Gobierno la había planteado en esa especie de desafío ante la opinión pública.

Fuimos, pues, a la lucha. Y no quiero hablar nada de la larga serie de desengaños que el Gobierno ha tenido después, porque al fin y al cabo esos desengaños que están a la vista, si bien debo agregar que quien tan profundamente, quien tantas veces, quien tan a menudo se engaña en cosas que están a la vista, ¿qué seguridad va a darnos de no equivocarse en otros asuntos que no estén delante de sus ojos?

Fuimos a la lucha; pero ¿en qué condiciones? Diciendo el Gobierno que la coalición no triunfaría, y que ni siquiera tendría fuerza para sacar los candidatos que la ley concede a las minorías. Por eso formó el Gobierno candidaturas completas; cosa, la verdad, inaudita, porque si la ley hace una combinación en virtud de la cual las minorías pueden tener representación, ¿cómo quería el Gobierno quitar a las oposiciones esa representación que la ley les da? ¡Hasta ahí ha querido llevar el Gobierno la batalla ante la coalición!

¿Es esto una lucha política, es esto una cuestión política? ¡Ya lo creo! Ésa es una cuestión esencialmente política; ésa es una cuestión de Gabinete, planteada por el Gobierno, no ante S. M., sino ante la opinión pública; y la opinión pública, votando en favor de la coalición, ha resuelto admitir la dimisión a ese Gobierno. (Muy bien en las minorías. -Rumores en la mayoría).

Es más, Sres. Diputados: al ver nosotros que el Gobierno había hecho candidaturas completas, contrariando el espíritu de la ley, y que las había hecho también completas para las Mesas, queriendo quitarnos la intervención que la ley da a las oposiciones, nosotros, llenos de buena fe, vinimos aquí y dijimos al Gobierno: "Cualquiera que sea tu deseo respecto de la lucha, deja a las oposiciones hacer lo que la ley les consiente; que nosotros no queremos ganar todas las Mesas, sino que aspiramos a que el Gobierno tenga participación en todas aquellas, porque nuestro fin principal es la sinceridad en la elección"; y nos contestó el Gobierno que no; que la lucha estaba entablada y que la opinión pública daría la razón a quien la tuviera.

Y así fuimos a la lucha. ¿Se puede dar una lucha política y más evidente? ¿Se puede dar un reto más terminante ante la opinión pública? Vosotros apelasteis a la opinión pública contra la coalición, y la coalición apeló a la opinión pública contra vosotros, y la opinión pública respondió de tal modo, que no sólo derrotamos al Gobierno, sino que pudimos hacer con él lo que él quería hacer con nosotros, que era, quitarnos la participación en las Mesas, porque le pudimos dejar hasta sin el lugar que a las minorías otorga la ley; lo cual no hicimos porque nosotros, ya que defendíamos la sinceridad electoral, no quisimos quebrantar la ley, por más que teníamos fuerza para haberlo hecho, ni aun como represalia de los medios empleados en estas elecciones. (El Sr. Ministro de la Gobernación: Si recordara S.S. lo que me ofrecieron en otras elecciones siendo S.S. Presidente del Gobierno, no diría eso). Ya le diré a S.S. la diferencia que hay. Ésta es la historia y éste es el reto. ¿Es que los electores de Madrid me votaban a mí para concejal a fin de que mañana me pudiera honrar el alcalde con una Comisaría del Matadero? (Risas). ¿Es que honraban al Sr. Castelar para que se encargara de la Comisaría del Parque y de las flores? (Risas). Pues qué, ¿no sabéis qué era lo que votaban los electores en Madrid al depositar su voto a favor del señor Castelar, del Sr. Martos y de los demás compañeros de candidatura y a favor mío? Pues votaban contra el Gobierno. Votaban contra el Gobierno; y en esa lucha entablada entre el Gobierno y la coalición, Madrid entero dijo: "voto contra el Gobierno", y le venció en esa lucha política, dando los electores de Madrid un veredicto a favor de la coalición y en contra del Gobierno.

Pero dice el Sr. Ministro de la Gobernación: "sí, es verdad; el Gobierno ha sido vencido; pero ¿quién ha sido el vencedor?" Pues el vencedor, Sr. Ministro de la Gobernación, es la opinión pública. (Risas en los bancos de las mayorías; aplausos en las minorías).

Siento mucho esos rumores y esas risas de la mayoría, que así estima a la opinión pública; se conoce que está poco enterada de lo que pasa en estas luchas políticas, de los factores que en ellas entran y de los resultados que de ellas se obtienen. En toda lucha política hay tres factores: un factor político, representado por los partidos que toman parte en la contienda; un factor oficial, que lo constituyen los electores que dependen del Gobierno, y un factor anónimo, compuesto de aquella gran masa de ciudadanos que, sin tener opinión política determinada ni pertenecer a partido alguno político, se unen a aquello que en cada instante creen más conveniente a sus intereses, a su trabajo, a su propiedad, a su tranquilidad y su bienestar; y ese factor es precisamente el nervio de las elecciones; en ese factor se apoya el sistema de las elecciones; en ese factor se apoya el sistema representativo; porque cuando ese elemento anónimo, indefinido, se une a cualquiera de los dos elementos políticos que luchan, aquel elemento al cual ayuda es indudablemente el que gana. Por eso, cuando la coalición de los partidos está justificada y es legítima y hasta necesaria contra las tropelías de un Gobierno, la coalición cuenta con el apoyo de ese factor anónimo y triunfa; y a la inversa, cuando ese factor anónimo no se une al factor político, no triunfan las coaliciones. Por eso, Sr. Ministro de la Gobernación, no triunfó aquella coalición a que S.S. se refiere.

¿Queréis ahora saber, señores de la mayoría, lo [5796] que ha querido la opinión en las últimas elecciones? Pues lo que ha querido es derrotar al Gobierno y que le reemplace aquel partido que estaba en lo posible que le reemplazara; cuando la opinión unánime combate a un Gobierno, es porque quiere que se vaya que le reemplace el que pueda reemplazarle. ¿No quería el Sr. Ministro de la Gobernación que como consecuencia de todos nuestros argumentos le dijéramos quién había sido el vencedor en las últimas elecciones? Pues ya lo sabe S.S.; el vencedor ha sido el partido liberal monárquico. (Rumores en la mayoría, aplausos en las minorías); apelo hasta a los mismos republicanos. No hay más remedio que pasar por esto. Quería el Sr. Ministro de la Gobernación que yo proclamara quién ha sido el vencedor: pues ya está proclamado; nosotros, el partido liberal monárquico. ¿O qué quería el Sr. Ministro de la Gobernación? ¿Que los liberales fuéramos a la lucha sin poder esperar resultado alguno? En nombre de las ideas liberales, la opinión pública ha derrotado al partido conservador, ¿para qué? para que le sustituyera el único partido que estaba en situación de ser Gobierno, el partido liberal monárquico. (Bien, bien).

De manera que la pregunta que el Sr. Ministro de la Gobernación nos hacía, de quién era el vencedor, ya está contestada; ya sabe S.S. quién es el vencedor; pues se lo he dicho de una manera terminante, y no sólo sin protesta de nadie, sino con el beneplácito y con la aquiescencia de todos. Pero no se trata sólo de las elecciones de Madrid, porque el triunfo ha sido igual al de Madrid en todas las poblaciones importantes de España? (El Sr. Ministro de la Gobernación: No es exacto). En Barcelona, en Zaragoza, en Huesca, en Logroño, en Valencia; en una palabra, en 32 capitales de las 49 que tiene España; y en las 17 en que no se ha triunfado, ha sido porque como en Andalucía, por ejemplo, no se ha podido luchar por efecto de las tropelías cometidas por el Gobierno. (Rumores en la mayoría). Pero donde quiera que la coalición se decidió a luchar, ha triunfado: de las 49 provincias, en 32, y en las 17 restantes venció el Gobierno, porque no era posible otra cosa, dada su arbitrariedad; y entre otras, cito como modelo de ese sistema a las provincias de Andalucía, que se fueron, a pesar de los inconvenientes que trae, al retraimiento, por serles imposible ir a la lucha. De manera que este triunfo electoral en España ha alcanzado una importancia que no ha tenido en Bélgica, puesto que el triunfo ha sido mucho mayor que lo fue en esa Nación.

Pero el Sr. Ministro de la Gobernación quiere disminuir la importancia de este hecho, recordando la derrota que yo sufrí en 1872, siendo Ministro de la Gobernación, en unas elecciones generales. ¿Qué tiene que ver una cosa con otra? En efecto, entonces fue derrotado el Gobierno en Madrid, pero fue derrotado porque aquel Gobierno no hacía uso de los medios que emplea éste. (Rumores en la mayoría). Vosotros habéis sido derrotados a pesar de acudir a medios que yo no quise emplear.

El Ayuntamiento y la Diputación provincial de Madrid en aquella fecha eran adversarios del Gobierno; era adversario el alcalde, eran adversarios los tenientes de alcalde y los alcaldes de barrio, hasta el punto de que el gobernador de Madrid, que lo era entonces el Sr. Albareda, vino un día a mi despacho y me dijo: "Señor Ministro de la Gobernación, las elecciones se perdieron en Madrid; el Ayuntamiento nos es hostil, todas sus ramificaciones nos son hostiles, y para poder luchar sería necesario vencer al Ayuntamiento. -Pues señor, gobernador, le contesté: prefiero que?" (El Sr. Ministro de la Gobernación: Estoy enterado de todo eso, porque éramos Ministros los dos). Pero como los demás no lo están, y S.S. me ha obligado a decirlo, quiero enterarles, para que vean la diferencia. "Pues, señor gobernador, más quiero que el Gobierno pierda las elecciones en Madrid, que tener una cuestión con el Ayuntamiento; por consiguiente, que el Ayuntamiento haga lo que quiera". Contestación del gobernador: "Me da usted una gran satisfacción, porque uno de los deseos que tengo, es el de perder unas elecciones siendo gobernador". "-Pues está usted servido; desde ahora no se acuerde usted de mi candidatura, porque yo también tengo deseo de perder unas elecciones estando en el Poder". (El Sr. Ministro de la Gobernación: Pero esas eran conversaciones privadas, no acuerdos del Consejo). Pero estos fueron los resultados: el Ayuntamiento de Madrid siguió en su puesto, y siguieron el alcalde con su vara, los tenientes de alcalde con las suyas, los alcaldes de barrio con sus bastones, e hicieron las elecciones sin que el Gobierno se molestara con el Ayuntamiento. Pero ¿qué le importaba al Gobierno perder las elecciones en Madrid? El Gobierno tenía noticia de que en las provincias iba a obtener una inmensa mayoría. ¿Hay paridad de casos entre aquel y éste? Veamos la conducta del Sr. Ministro de la Gobernación en estas elecciones municipales.

Para no perder las elecciones en Madrid, su señoría empezó por suspender el Ayuntamiento, y nombró a su gusto, y escogió un alcalde, y éste a los tenientes de alcalde, y éstos a los alcaldes de barrio, para construir así una red electoral de la cual el Gobierno creía imposible que nosotros pudiéramos salir. Pues a pesar de esta red electoral, nosotros hemos podido quitar a los ministeriales hasta los puestos que la ley deja a las minorías. ¡Si tendrá simpatías el Gobierno en Madrid! (Grandes risas en las minorías y en las tribunas). [5797]



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